Contra la costumbre de aquella época de servir este lugar para enterramientos, se edificó como base para la cabecera de la iglesia, lo que justifica la fortaleza y robustez de todos sus elementos. Nos llama la atención,
nada más entrar, unas columnas cilíndricas muy irregulares, con unos fustes muy bajos que sostienen unos enormes
capiteles de diferentes tamaños con una decoración muy sencilla, temas vegetales y geométricos -este tipo
de decoración se le llama “legerense”-. Apoyan en ellos los arcos de medio punto fajones y formeros.
Parece ser que la idea inicial era que tuviera tres naves: la central más dos laterales con sus correspondientes Ábsides semicirculares de bóveda de horno, pero al hacerlas de diferente anchura -la de en medio el doble
que las laterales- la construcción de sus correspondientes bóvedas de medio punto no cumpliría su objetivo al ser, necesariamente, la de la nave central el doble de alta que las laterales. El maestro de Leyre resolvió el
problema como vemos, dividiendo la central en dos, así las bóvedas de las cuatro era de la misma altura cumpliendo su misión de servir de base a la cabecera de la iglesia como se comenta arriba. Recibe la luz de tres vanos
abocinados de arco de medio punto.
Es de
planta casi cuadrada con unos muros de grandes sillares. Cubre cada nave una bóveda de cañón corrido, reforzada por arcos fajones que descansan sobre grandes pilares cruciformes de los denominados de triple
esquina y las columnas citadas.
Fuera y a la izquierda hay un pasadizo del siglo XI, que utilizaban los monjes para salir al exterior. Al fondo de este túnel se encuentra la capilla de San Virila (880-938), Abad de Leyre en el siglo X, famoso por la
leyenda, según la cual, permaneció extasiado 300 años al oír el canto de un ruiseñor. Tiene tres tramos coincidentes con los de la cripta, cubiertos por una bóveda
de cañón corrido.
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